A DEBATE: LAS COFRADÍAS DE SEMANA SANTA
Las hermandades y cofradías vienen formando parte del paisaje religioso de nuestras ciudades y pueblos desde prácticamente finales de la Edad Media. Más de seis siglos compartiendo con el pueblo una fe basada en devociones y sentimientos pero también en múltiples actividades formativas, sobre todo, en una generosa entrega a los demás a través de silenciosas y muchas veces desconocidas acciones de caridad.
Ese valor histórico no es óbice para que nuestras corporaciones deban mantener una inteligente y constante vigilancia, a fin de detectar cuáles son las inquietudes y las necesidades de los hombres y mujeres de cada tiempo concreto que les toca vivir, en definitiva, ser instrumentos válidos de evangelización al servicio de la Iglesia.
Desde ese punto de vista parecería conveniente que los cofrades, que todos y cad uno de los miembros de estas instituciones, fueran convencidos protagonistas de este afán de transmisión de la dectrina, coherentes con su fe en la vida diaria, partícipes frecuentes de una sacramentalidad profunda; nada más lejos de la realidad.
En torno a la hermandades y cofradías se agrupan muy diversas realidades humanas, con intereses y motivaciones distintos que van desde el simple reconocimiento cultural al compromiso consciente y permanente con la construcción del Reino en unas instituciones profundamente eclesiales.
Este hecho, que pudiera interpretarse de forma negativa, es precisamente el principal valor de las cofradías, lo que las convierte en instituciones de frontera, un puente abierto y acogedor que permite el acercamiento de creyentes y no creyentes a la realidad de la fe vivida y asumida.
Y ello en un doble ámbito de acción; el que generan los miembros dirigentes de las hermandades mediante su ejemplo, su trabajo y su entregba, y el ofrecimiento pasivo y permanente de las imágenes titulares de las cofradías a cuantos desean acercarse a ellas; un hilo que hace posible el encuentro con el hermano y la reflexión sobre el gran Misterio del cristianismo, Jesucristo Nuestro Señor.
Es posible que el ideal se encuentro en ese horizonte en el que la totalidad de cuantos participen de la riqueza de fe, histórica y cultural de nuestras hermandades, sea también cristianos comprometidos con la tarea evangelizadora, pero en estos tiempos en los que se pretende arrinconar el cristianismo en el ámbito de las sacristías y los templos, resulta esperanzador y vivificante encontrarnos en cualquier esquina de nuestras calles con alguna imagen de Nuestro Señor o de María Santísima, y con el sacrificio y el ejemplo de miles de cofrades.
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MANUEL ROMÁN SILVA
Presidente del Consejo General de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Sevilla
Las hermandades y cofradías vienen formando parte del paisaje religioso de nuestras ciudades y pueblos desde prácticamente finales de la Edad Media. Más de seis siglos compartiendo con el pueblo una fe basada en devociones y sentimientos pero también en múltiples actividades formativas, sobre todo, en una generosa entrega a los demás a través de silenciosas y muchas veces desconocidas acciones de caridad.
Ese valor histórico no es óbice para que nuestras corporaciones deban mantener una inteligente y constante vigilancia, a fin de detectar cuáles son las inquietudes y las necesidades de los hombres y mujeres de cada tiempo concreto que les toca vivir, en definitiva, ser instrumentos válidos de evangelización al servicio de la Iglesia.
Desde ese punto de vista parecería conveniente que los cofrades, que todos y cad uno de los miembros de estas instituciones, fueran convencidos protagonistas de este afán de transmisión de la dectrina, coherentes con su fe en la vida diaria, partícipes frecuentes de una sacramentalidad profunda; nada más lejos de la realidad.
En torno a la hermandades y cofradías se agrupan muy diversas realidades humanas, con intereses y motivaciones distintos que van desde el simple reconocimiento cultural al compromiso consciente y permanente con la construcción del Reino en unas instituciones profundamente eclesiales.
Este hecho, que pudiera interpretarse de forma negativa, es precisamente el principal valor de las cofradías, lo que las convierte en instituciones de frontera, un puente abierto y acogedor que permite el acercamiento de creyentes y no creyentes a la realidad de la fe vivida y asumida.
Y ello en un doble ámbito de acción; el que generan los miembros dirigentes de las hermandades mediante su ejemplo, su trabajo y su entregba, y el ofrecimiento pasivo y permanente de las imágenes titulares de las cofradías a cuantos desean acercarse a ellas; un hilo que hace posible el encuentro con el hermano y la reflexión sobre el gran Misterio del cristianismo, Jesucristo Nuestro Señor.
Es posible que el ideal se encuentro en ese horizonte en el que la totalidad de cuantos participen de la riqueza de fe, histórica y cultural de nuestras hermandades, sea también cristianos comprometidos con la tarea evangelizadora, pero en estos tiempos en los que se pretende arrinconar el cristianismo en el ámbito de las sacristías y los templos, resulta esperanzador y vivificante encontrarnos en cualquier esquina de nuestras calles con alguna imagen de Nuestro Señor o de María Santísima, y con el sacrificio y el ejemplo de miles de cofrades.
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MANUEL ROMÁN SILVA
Presidente del Consejo General de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Sevilla
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