CUARTA COMUNICACIÓN

En el Proyecto que Dios tiene sobre nosotros al elegirnos para ser cristianos, seguidores de Jesús, no podemos perder de vista lo que estamos tratando este año en estas Comunicaciones Bíblicas: “Somos cristianos por la Gracia de Dios y por nuestro esfuerzo personal”.
Dios ha hecho y hace su parte eligiéndonos, dándonos su Gracia con la Fe, Esperanzo y el Amor: virtudes teologales que Dios nos ha regalado. A nosotros nos queda el esfuerzo de procurar en nuestra vida las “virtudes cardinales”, tal y cómo nos señala el Catecismo de la Iglesia Católica y la Sagrada Escritura nos recomienda que trabajamos por tener en nuestros comportamientos: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza.
En la 3ª de nuestras comunicaciones hablamos de la Prudencia como una virtud que nos enseña a ser personas cabales; tomar decisiones acertadas; sacar adelante y con éxito lo que uno se propone; conservar la calma; ser comprensivos; no ofender a los demás; no perder nunca la compostura… en resumidas cuentas el que es prudente es cada día más humano.
Hoy vamos a tocar otra de las virtudes cardinales, que hemos de procurar en nuestras vidas: la “JUSTICIA”.
En la Sagrada Escritura, son muchas las veces que aparece Justicia y Paz juntas, unidas: “La justicia y la paz se besan…” Después de más de 2000 años de cristianismo seguimos esperando el encuentro pleno de la justicia y de la paz. Esa esperanza está en la entraña misma de la Biblia como historia de liberación de un pueblo oprimido.
Justicia significa en el Antiguo Testamento: misericordia, honestidad, integridad, rectitud moral, lealtad, compasión.
Pocas veces “hacer justicia” significa resolver un pleito formado, normalmente, por el mal entendimiento de las personas. Esta forma de entender la “justicia” nos la pone el dicho popular como lo último que deben hacer las personas: “Más vale un mal entendimiento que un buen juicio”.
Paz tiene el significado de bienestar, plenitud humana, situación plena. Es la razón por la que deben estar juntas la Justicia y la Paz.
Jesús se encarna, se hace hombre, y su objetivo principal es implantar el Reino de Dios en el mundo; por implantar ese Reino de Dios sufre su pasión y su muerte. Resucita y encarga a sus seguidores, a nosotros los cristianos, que trabajemos por implantar ese Reino de Dios: un Reino de Dios que es “justicia, paz y amor”.
El Antiguo Israel ha seguido una historia de sufrimientos, opresiones, esperanzas en un mundo más justo.
Abraham, un arameo errante, recibe una patria como regalo, un regalo un poco especial, ya que tiene que conquistarla y cuando ya están asentados en Canaán, una calamidad natural los lleva a Egipto y se convierten en esclavos y explotados (Ex 1).
La liberación de Egipto es a la vez obra de Dios y paciente conquista humana. Pero en Dios hay una constante: “Yahvé es el Dios de los débiles, …, porque es eterna su misericordia” (Sal 136, 17ss)
En la época de la Monarquía, Israel se hace sedentario y se empeña en tener un Rey (1 Sam 24, 7); Samuel no quiere y le da razones: “un Rey… tomará a vuestros hijos; tomará a vuestras hijas; se apoderará de vuestras mejore tierra; os cobrará diezmos; vosotros mismos seréis sus esclavos”. Un rey no obrará con vosotros con justicia y comienzan a existir clases y grupos sociales empobrecidos: viudas, huérfanos, forasteros, emigrantes… Se comienza a ser injustos con leprosos, prostitutas, publicanos, samaritanos…
Aparece una sociedad que Dios no quiere y Dios adquiere una fisonomía muy peculiar: Dios es el defensor del débil y eso es “justicia”, una justicia que puede dar la “paz”.
En el Nuevo Testamento Jesús tiene, ya lo hemos dicho, una misión “implantar un Reino de Justicia, de Paz y de Amor”; Así se cumple lo que dijo el Profeta Isaías: “los miserables son aliviados”.
La Iglesia naciente vive en Israel y con Israel y, dice el Libro de los Hechos, que vendían sus cosas y las ponían a disposición de los Apóstoles: Es evidente que no todos vendieron sus cosas, pero las ponían a disposición de la Comunidad. Además los Cristianos de Jerusalén recibían dinero de los cristianos de Antioquia y de las Comunidades creadas por Pablo.
Es evidente que en las Iglesia hubo, hay, pobres y ricos (1 Cor 1, 26): esclavos y libres (Flm 16); San Pablo no tiene un programa de reforma social, eso corresponde a los políticos, San Pablo, la Iglesia, quiere, habla a los cristianos de unos arreglos firmes y obligados para los que eligen una forma de vivir según el proyecto de Jesús de Nazaret.
La Biblia no piensa en una justicia que es humanitarismo y caridad generosa; Justicia es una exigencia que tenemos los cristianos de atender al pobre, al débil, al necesitado.
Esta es la justicia que nos trae la paz, que nos hace felices, que quien la tiene está cerca del Reino de Dios.
Dios ha hecho y hace su parte eligiéndonos, dándonos su Gracia con la Fe, Esperanzo y el Amor: virtudes teologales que Dios nos ha regalado. A nosotros nos queda el esfuerzo de procurar en nuestra vida las “virtudes cardinales”, tal y cómo nos señala el Catecismo de la Iglesia Católica y la Sagrada Escritura nos recomienda que trabajamos por tener en nuestros comportamientos: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza.
En la 3ª de nuestras comunicaciones hablamos de la Prudencia como una virtud que nos enseña a ser personas cabales; tomar decisiones acertadas; sacar adelante y con éxito lo que uno se propone; conservar la calma; ser comprensivos; no ofender a los demás; no perder nunca la compostura… en resumidas cuentas el que es prudente es cada día más humano.
Hoy vamos a tocar otra de las virtudes cardinales, que hemos de procurar en nuestras vidas: la “JUSTICIA”.
En la Sagrada Escritura, son muchas las veces que aparece Justicia y Paz juntas, unidas: “La justicia y la paz se besan…” Después de más de 2000 años de cristianismo seguimos esperando el encuentro pleno de la justicia y de la paz. Esa esperanza está en la entraña misma de la Biblia como historia de liberación de un pueblo oprimido.
Justicia significa en el Antiguo Testamento: misericordia, honestidad, integridad, rectitud moral, lealtad, compasión.
Pocas veces “hacer justicia” significa resolver un pleito formado, normalmente, por el mal entendimiento de las personas. Esta forma de entender la “justicia” nos la pone el dicho popular como lo último que deben hacer las personas: “Más vale un mal entendimiento que un buen juicio”.
Paz tiene el significado de bienestar, plenitud humana, situación plena. Es la razón por la que deben estar juntas la Justicia y la Paz.
Jesús se encarna, se hace hombre, y su objetivo principal es implantar el Reino de Dios en el mundo; por implantar ese Reino de Dios sufre su pasión y su muerte. Resucita y encarga a sus seguidores, a nosotros los cristianos, que trabajemos por implantar ese Reino de Dios: un Reino de Dios que es “justicia, paz y amor”.
El Antiguo Israel ha seguido una historia de sufrimientos, opresiones, esperanzas en un mundo más justo.
Abraham, un arameo errante, recibe una patria como regalo, un regalo un poco especial, ya que tiene que conquistarla y cuando ya están asentados en Canaán, una calamidad natural los lleva a Egipto y se convierten en esclavos y explotados (Ex 1).
La liberación de Egipto es a la vez obra de Dios y paciente conquista humana. Pero en Dios hay una constante: “Yahvé es el Dios de los débiles, …, porque es eterna su misericordia” (Sal 136, 17ss)
En la época de la Monarquía, Israel se hace sedentario y se empeña en tener un Rey (1 Sam 24, 7); Samuel no quiere y le da razones: “un Rey… tomará a vuestros hijos; tomará a vuestras hijas; se apoderará de vuestras mejore tierra; os cobrará diezmos; vosotros mismos seréis sus esclavos”. Un rey no obrará con vosotros con justicia y comienzan a existir clases y grupos sociales empobrecidos: viudas, huérfanos, forasteros, emigrantes… Se comienza a ser injustos con leprosos, prostitutas, publicanos, samaritanos…
Aparece una sociedad que Dios no quiere y Dios adquiere una fisonomía muy peculiar: Dios es el defensor del débil y eso es “justicia”, una justicia que puede dar la “paz”.
En el Nuevo Testamento Jesús tiene, ya lo hemos dicho, una misión “implantar un Reino de Justicia, de Paz y de Amor”; Así se cumple lo que dijo el Profeta Isaías: “los miserables son aliviados”.
La Iglesia naciente vive en Israel y con Israel y, dice el Libro de los Hechos, que vendían sus cosas y las ponían a disposición de los Apóstoles: Es evidente que no todos vendieron sus cosas, pero las ponían a disposición de la Comunidad. Además los Cristianos de Jerusalén recibían dinero de los cristianos de Antioquia y de las Comunidades creadas por Pablo.
Es evidente que en las Iglesia hubo, hay, pobres y ricos (1 Cor 1, 26): esclavos y libres (Flm 16); San Pablo no tiene un programa de reforma social, eso corresponde a los políticos, San Pablo, la Iglesia, quiere, habla a los cristianos de unos arreglos firmes y obligados para los que eligen una forma de vivir según el proyecto de Jesús de Nazaret.
La Biblia no piensa en una justicia que es humanitarismo y caridad generosa; Justicia es una exigencia que tenemos los cristianos de atender al pobre, al débil, al necesitado.
Esta es la justicia que nos trae la paz, que nos hace felices, que quien la tiene está cerca del Reino de Dios.
Juan José García (S.C.)
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